sábado, 15 de agosto de 2015

El viaje (El conejo blanco)



Justo llegar a la parada, la pantalla del móvil le notificaba que la llegada del B52 era inminente. Todo salía a pedir de boca, la optimización del tiempo según sus previsiones era absoluta. ¡Qué bien! Le gustaba competir consigo misma. Como cuando era una adolescente que cronometraba el tiempo en el que bajaba los escalones de las dos plantas hasta llegar a la calle. Le satisfacía restar algún minuto al récord obtenido el día anterior.

Al subir al autobús todos los asientos estaban ocupados y se acomodó en un rincón apoyando la espalda. Sacó el móvil y se dispuso a contestar todos los mensajes recibidos en su afición de aprovechar el tiempo. El vehículo dio un pequeño frenazo y en el momento que levantó la vista vio que casi la mitad del pasaje también estaba en la red jugando o chateando excepto una señora que leía un libro.

Subieron varias personas al bus y los espacios se fueron estrechando. Agachó de nuevo la vista en cuanto se inició de nuevo la marcha. Se había sumergido en las conversaciones
de WhatsApp cuando percibió un olor muy desagradable y rancio. Ese olor a sudor que se distingue porque no es de un solo día. Alzó la cabeza buscando la procedencia del tufo y justo delante de ella dos hombres entrados en edad parecían ser los causantes, o al menos uno de ellos. Las miradas se cruzaron y uno de los hombres codeó al otro mientras le comentaba señalándola con la cabeza “Esto es una desgracia para las familias. Mi hija se ha quitado de todos los móviles porque le estaban buscando una ruina”. El otro respondió “No sé qué les ha dao a tos con esto. A mi no me gusta”. Ellos mantuvieron la mirada esperando réplica. Se quedó perpleja. ¡Qué desfachatez! Encima que invadían su espacio personal con sus efluvios se permitían criticarla gratuitamente. Entreabrió ligeramente los labios para soltar a quemarropa un “¡A mí tampoco me gustan las personas que huelen mal y critican!”, pero ¿para qué darles el gusto de una réplica? Eso no le aportaba nada. Hacía tiempo que evitaba conflictos sin sentido para ella. Calló y esbozó una media sonrisa de indulto. Se apartó un poco, conteniendo la respiración, para dejarlos pasar hacia el timbre de parada. Los dos hombres se apearon rumbo a la búsqueda de una nueva discusión que llenara sus vidas.



Ahora había un poco más de espacio y ocupó un asiento que quedó libre. El trayecto era largo y agradeció poder ir sentada. Era uno de los asientos plegables situados en la pared del autobús perpendicular al sentido de la marcha. "¡Qué bien!", pensó de nuevo. Desde esa posición tenía una perspectiva perfecta de todo el vehículo y, aunque siguiera chateando, podía ver todo lo que le rodeaba con el rabillo del ojo. “Es como la vida misma, una buena posición te permite controlar el entorno con una visión global”, se dijo.


A medida que transcurría el viaje, el asiento no le parecía tan confortable como había creído. Intentar dominarlo todo le produjo mareo y, como estaba en vilo, cada movimiento brusco de la marcha la obligaba a abrir las piernas más de lo deseado para mantener el equilibrio. "Pues eso, como la vida misma, querer controlarlo todo produce mareo y te puede hacer perder la compostura", pensó.

No estaba cómoda, decidió ocupar uno de los asientos reservados para personas con movilidad reducida que había vacío. Una persona comprometida y cívica como ella estaría pendiente si alguien con estas necesidades subía al bus e inmediatamente le cedería su asiento. Al estar pendiente en todo momento de ofrecer el asiento si era necesario no le dejaba disfrutar del chat. Reflexionó: “Es como la vida misma, si estas pendiente de lo que puede suceder no disfrutas de lo que realmente te hace feliz en el momento”.

Volvió a ponerse de pie apoyada en una de las barras junto a la puerta. Iba de espaldas a la marcha. Dejó de chatear y levantó la cabeza para mirar por la ventana. Se estaba mareando y ver el camino que quedaba atrás acentuó esa sensación. 

En la siguiente parada el conductor mirando hacia el pasaje gritó: ¡Avenida de Francia! Todos los pasajeros en silencio. Frenó el vehículo, soltó el volante y se levantó hacia una señora que estaba sentada. Le tocó el brazo y la señora le cogió la mano al tiempo que extendía un bastón blanco. La acompañó a la salida central y la dejó en la acera. La mujer le dio las gracias. El conductor volvió a su asiento cerró las puertas y puso en marcha el vehículo. Todo el pasaje observó la escena en completo silencio.

Al reanudar la marcha vieron a la mujer allí de pie, con la cabeza en alto como buscando orientarse para proseguir su camino. El murmullo habitual volvió a llenar el espacio.

Ella siguió mirando a la mujer mientras se hacía pequeña en la lejanía. Seguía allí parada en mitad de la acera. La veía vulnerable pero enseguida cambió de opinión porque coger el bus y moverse sola por la ciudad sin ver le pareció una proeza digna de alguien muy fuerte. "Decididamente la vida es más complicada para unas personas que para otras", reflexionó.

La sensación de mareo iba en aumento. Decidió darse la vuelta y mirar al frente, en dirección al sentido de la marcha para tomar consciencia del trayecto. "Cómo la vida misma, observar demasiado lo que queda atrás te condiciona la visión y te impide estar receptiva para el futuro".

Llegó a su destino sin contestar los mensajes pendientes. Por un momento se sintió frustrada en su intención inicial de querer "aprovechar" el tiempo. "Cada cosa tiene su momento y su espacio. Observar el entorno hoy ha sido más provechoso que llenar los minutos del trayecto con la cabeza agachada. Mañana gestionaré mejor mi tiempo"  concluyó.



- ¿Me podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?
- Eso depende de adónde quieras llegar - contestó el Gato.
- A mí no me importa demasiado adónde…- empezó a explicar Alicia.
- En ese caso da igual hacia dónde vayas - interrumpió el Gato.
-…siempre que llegue a alguna parte - terminó Alicia a modo de explicación.
-¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte - dijo el Gato - si caminas lo bastante.









viernes, 14 de agosto de 2015

El conejo blanco



Salió del portal de casa con paso acelerado y los ojos fijos en el teléfono móvil, como cada día a la misma hora. Su andar rápido recordaba al conejo blanco del cuento de Lewis Carroll. Le gustaba pensar que podía controlar el tiempo, había descubierto una aplicación de móvil con la cual podía saber cuando pasaba el bus por parada que tenía a escasos 50 metros de su portal. De esta manera le daba la sensación de aprovechar hasta el último minuto.

En casa no tenía cobertura y esto originaba un alud de notificaciones, whatsapps y mensajes en su terminal en cuanto ponía un pie en la calle. Mientras andaba rápido hacia la parada del bus su teléfono móvil no paraba de sonar. Iba con el tiempo justo, como siempre. Contestaré los mensajes cuando haya subido al bus, pensó.

Continuará...


Alicia: ¿Cuánto tiempo es para siempre?
Conejo blanco: A veces, sólo un segundo.










miércoles, 14 de enero de 2015

Esa frase...


He decidido vivir. No quiero decir que antes no lo hiciera, me refiero a hacerlo de mejor manera.

Bien, tras este alarde se esconde una gran voluntad de pasar de las cosas que no merecen el tiempo que se llevan dándole vueltas. 

El tiempo es oro (creo que esto lo dijo Benjamin Franklin), tempus fugit (Virgilio) o lo que es lo mismo “Today I don’t have the pussy for little lanterns” que dice mi musa Ania en estos temas.

Yo siempre he sido relativamente feliz, ahora voy a ser feliz relativizando. Parece fácil pero prueba, prueba…Ocasionalmente, hago balance de mi existencia. Algunas veces coincide con el inicio de año, otras no. Repaso mis relaciones “humanas”.

The winner is … (Hoy le ha tocado a …)

¿En qué punto una relación se rompe por una frase o momento sin que tú seas consciente de ello?

Cuando una frase sin la mayor relevancia, aparentemente, dentro de una conversación da en la diana del tema tabú de la otra persona.

No sé si me explico, algo así como nombrar la soga en casa del ahorcado. Un antes y un después por una frase que borra todas las demás, por buenas que hayan sido. No sabes por dónde viene el cambio de actitud pero lo sientes.

Esto me lleva a pensar que las relaciones que conservo (emocionales, familiares, laborales…) han superado ese momento, esa frase inconveniente que siempre hay en todas las relaciones y que si no se aclara se enquista. Unas veces la pronuncias, otras la escuchas. Si no se supera y no genera esa entrega de nueva oportunidad para que la relación siga… quizá esa relación no merece continuar o, al menos, no más allá de un protocolo cortés.

Como dice Valentí, rodéate de los buenos o la cagarás. En todo caso, para mí, los buenos son los afines. Que no necesariamente iguales, ni mejores, ni peores.





    martes, 13 de enero de 2015

    Bienvenido 2015



    Con paso firme y vista clara inicio este nuevo año o lo que es lo mismo : unas botas sin tacón y unas gafas recién graduadas. Unas botas  que bien pudieran ser las de 7 leguas de pulgarcito , las del gato o las que calzan las personas de la tercera edad cuando cruzan el semáforo antes de que se ponga verde, cómo si les fuera la vida en llegar a la otra acera. Con toma de tierra, aptas para dar grandes pasos (o pequeños, lo que importa es avanzar). 

    En cuanto a las gafas, son diferentes pero sólo lo percibo yo.
     
    Exteriormente todo sigue igual.

    Bienvenido 2015.